Resurgida de entre las cenizas de su estirpe.

Lagrimeé unos segundos más, entristecida por ser la última de mi especie. No era justo, me había quedado sola de la noche a la mañana. ¡Ójala pudiera hacerles pagar a esos desgraciados! ¡Aquellos que me habían arrebatado mi vida y que me habían torturado! Con esos y otros oscuros pensamientos me encontraba aún sentada en el suelo. En un momento dado, sentí un movimiento frente a mí, y alcé la mirada a tiempo para ver a Lardienne acercar una pata peluda. Al principio pensé que ella también me haría daño, pero lo único que hizo aquella chica peluda fue tendermela. Parpadeé, sorprendida, y con una sonrisa de agradecimiento acepté la ayuda y me levanté para abrazarla, pero me separé casi al instante al escuchar el año actual..

- Dos... Doscientos catorce años...-musité, abrumada-. ¿He estado encerrada tanto tiempo?

Estuve a punto de sentarme de nuevo en el suelo, como antes. Sin embargo, algo rasposo, mojado y blandito me cubrió la cara, provocando en mi expresión la sorpresa y el desconcierto. Cuando me fijé bien, comprobé que lo que me había tocado era la gran lengua de Enea, que me había lamido con cariño. Los ojos brillaron y se humedecieron un poco más, pero traté de ocultarlo al abrazarla con fuerza.

- Gracias...-musité simplemente, de verdad muy agradecida.

Me separé de Enea y las miré a ambas, algo entristecida por no poder estar con ellas. Las dos parecían tener asuntos pendientes. Eso me hizo recordar a papá, cuando quería jugar con él, y estaba ocupado dando órdenes en la manada. Muchas veces llegué a pensar que era una carga para él en esos momentos, y no quería que ahora volviera a pasar.

- ...-miré al suelo, en donde estaban mis pies escamosos y desnudos-. ¿Podéis al menos decirme qué debo hacer ahora?

¿Era cosa mía, o todos los dragones están extintos salvo uno de cada especie? Porque que las dos dragonas -ahora que sabía que Enea era mujer- ante las que me encontraban hubiesen pasado por algo similar, me quería indicar, que eso debía ser como una especie de maldición puesta a todos los dragones del mundo. Eso, o las dos, tenían la peor suerte del mundo a sus espaldas. O quizás... Quizás un ser superior quisiera juntas sus caminos, y por ello hacer que las dos fuesen las únicas de sus correspondientes clanes.

- No puedo, y no quiero hacerme cargo. - puntualicé.- No sé, pero sospecho que tú serías la más indicada para ese trabajo, puesto que eres también la última de los tuyos. Tanta casualidad no puede ser accidental.

Pero en ese momento, volvieron a abrazarme, obligando a que me pusiese tensa, como el palo de una escoba. No me gustaba que me abrazasen tan de repente, de hecho, rehuía casi cualquier contacto. Incluso un roce entre las manos cuando pagaba algo, me enervaba. Hacía muchos años que no dejaba que nadie me abrazase ni me tocase de forma cariñosa, y estaba poco habituada a ello. Por lo que siempre, fuese quien fuese, mis mejillas se tornaban rojas.

- Suéltame, por favor.- dije en un tono neutro, o al menos intentándolo, para no gritar a la pequeña.- Y si eres tan amable, deja de abrazarme... Me es incómodo.

Sí, mis palabras la dejaron anonadada. Doscientos años durmiendo, no era algo normal, pero quizás es lo que tenía estar encerrada en esa enorme crisálida negra.  Aunque me sorprendió que añadiera los años con tanta exactitud, generalmente cualquiera hubiese dicho, más de doscientos años dormido... Y eso, si sabían contar, porque lo más normal es que no se supiesen los números, más allá de que nos les engañasen cuando fuesen a comprar.
La siguiente pregunta de la pequeña, fue algo raro, porque, claro. ¿Qué podíamos decirle? Tanto la dragona roja como yo teníamos formas de ver las cosas distintas. Ella posiblemente le dijese algo más normal que hacer con su vida en este momento, porque claro, era una dragona y sabía mejor como reacciona un dragón solitario ante el mundo. Y yo por mi parte la diría que se fuese a vivir al bosque, y que no saliera nunca. Como digo, formas distintas de ver la vida.

- Pues no sé, depende de lo que quieras hacer. Aunque si alguien puede ayudarte bien, sería aquél que sabe lo que es ser el último.- terminé mirando a Enea.

Mire a la niña algo perdida. ¿tanto tiempo habia estado ahi sin que me diese cuenta de su presencia? Habia estado realmente despistada. Me sentia mal pero era lo mas esperado.Respecto a decirla que debia hacer ahora era algo complicado pero que deberia decirselo. Pero m ehizo gracia la respuesta de la loba en aquel momento.
-No jajaja, no se si mi especie esta extinta o no. No creo que sea la ultima. Pero bueno...Te recomiendo ocultar tus facciones draconidas y transformarte lo menos posible en dragon. Y aparte..no se muy bien. Digamos que tuve una vida algo irreal. Por ello no se muy bien que suele hacer la gente. Pero... eso si, escondete lo maximo posible si lo que quieres es estar a salvo.
Dije a ambas y suspire hechando una nube de humo.
-Digamos que soy un dragon que voy por m i cuenta. Por ello no se muy bien que es estar en el mundo normalmente.

Asentí a las palabras de ambas, aunque con algo de temor por eso de salir al fin al mundo exterior. Pero después de llevar siglos encerrada en una cáscara, lo único que me quedaba después de salir y ser libre era explorar el mundo. Sonreí ampliamente, agradecida por la ayuda de ambas chicas, y comencé a caminar con cuidado.

- Voy... voy a intentar... -comencé a caminar más rápidamente, tratando de no caerme, aunque a veces di alguno que otro traspié. Sin embargo, no me detuve, sino que aumenté el ritmo, hasta comenzar a correr con mis desnudas y crecidas piernas-. ¡S-sí!

Solté una risa alegre que reverberó por la enorme cueva, extendí los brazos hacia los lados, feliz. Era libre, el mundo estaba ante mí, esperando a que lo explorara, que lo viera, que lo disfrutara. De repente, debido a la excitación del momento, mi pecho brilló, y mi cuerpo fue envuelto en llamas rojizas, entremezcladas con unas sombras negras que se hicieron enormes, hasta tomar la forma de una enorme criatura de alas llameantes.

Me sorprendí, la última vez que había tomado apariencia real, apenas era una cría de dragón, muy pequeñita, de un par de metros de largo, pero no más. Cuando los grandes miembros miden casi decenas de metros, una cría de unos dos, resultaba sumamente joven y minúscula.

- ¡¡ROARR!!-rugí, eufórica, mientras salía del enorme edificio que había estado aposentado en mitad de ese cráter.