Resurgida de entre las cenizas de su estirpe.

Le gruñí muy cabreada a la dragona cuando recalcó que era una orden, ¿quién se creía que era? Mi libertad e independencia no deseadas, me habían salido muy caras. Y ahora, no iba a aceptar nada. Yo había tenido que sobrevivir sola y el tener que cargar con alguien ahora me resultaba antinatural... No sé, creo que eso de lo que se llama instinto materno no tengo, o aún no lo he despertado.

- No me amenaces, no vayas a ser tu la que se encuentre con las alas seccionadas y siendo despellejada poco a poco, bicho. Y me niego a cumplir tus órdenes tú no me mandas. No puedes obligarme a hacerlo, y solo te queda matarme, pero si lo haces no ganas nada. Tú decides. - solté con frialdad hacia ella.- ¿Y sabes lo que dicen las voces? Que sea un verdadero dragón el que las cuide. No un lobo, así que, ya sabes, te toca... A menos que no lo seas.- la miré de forma desafiante.

Pero dejé de pensar eso, cuando sentí unos brazos que me rodeaban por el cuello con fuerza y hundian las manos en mi pelo, acariciándolo. Me sonrojé con fuerza, porque no eran acciones a las que estuviese acostumbrada, sólo me sentía cómoda cuando esas acciones las hacía mi familia, no un completo desconocido, o desconocida en este caso. Aunque si hubiese sido un hombre, mi reacción hubiese sido mucho más espectacular.

- N-no soy un peluchito... - dije nerviosa y tartamudeando con aún el sonrojo adornando mi rostro, con la incómoda sensación de calor.- Pero sí que soy suave... Soy una garou... - más concretamente un Glabro, pero eso era secundario.

Cuando me soltó, respiré mucho más tranquila. Sonreí levemente cuando se presentó, parecía tan inocente que no se percataba que la pelea entre el dragón rojo y yo, era mucho más tensa.

- Yo soy Lardienne. Encantada, pequeña Nokrash.

Fue extraño ver como aquella pequeña dragona abrazaba a la lobo sin apenas odio en su mirada. Planeaba abandonarla, pero ella no queria peleas, es mas , parecia que queria un grupo extraño. Como si fueramos especiales. Suspire algo cansada y mire a la niña con amargura. Cuando ella abrazo al lobo le solte dejandole delante de la cria de dragon.
-No..no hare daño al peluchito...Y si quieres ser mi amiga...me llamo Enea.
dije sin saber que era un peluche. Pero aun asi sin quitar la vista de la loba. Luego me quede mirando a las dos contristeza e ignorando las amenazas de la loba.

Sonreí ampliamente cuando ambas se presentaron, una como Lardienne y otra como Enea. Me separé de la chica-peluche (aunque no con ganas) y me acerqué a la dragona para abrazarla. Al tocar sus escamas, sentí algo extraño. Fue como si volviera a estar con mis padres, con toda la manada. Tanto esa textura escamosa, como el calor que emitía era inconfundible. Enea era un dragón.

- ¿Hermana?-inquirí, sorprendida-. ¿Eres un dragón?-mis ojos brillaron, emocionados. No era de mi manada, eso lo notaba por su olor, pero era lo más parecido que podría encontrar.

Me dejé caer en el suelo, sentada, abrumada por ese pequeño detalle. Yo era la última de mi especia, no quedaban más, ni tan siquiera un macho. En el nido me habían enseñado que para tener crías, se necesitaba a una hembra y a un macho dragón para ello, aunque ignoraba la magia que ambos pudieran realizar para concebir hijos. ¿Significaba eso que no tendría hijos, que mi linaje había terminado aquella noche, hará tantos años atrás?

Sacudí la cabeza, intentando pensar en otra cosa. Me dolía no tener a mamá y a papá conmigo, y algún día los vengaría a ambos. Pero en esos momentos no estaba en condiciones para nada, era pequeñita, no tenía equilibrio y no controlaba mi cuerpo, que por alguna razón parecía más desarrollado que antes. ¿Qué haría ahora? Enea y Lardienne parecían pelearse por mi custodia, y amablemente se decían que me cuidara la otra... No entendía por qué tanto barullo para eso, aunque me agradaba que fueran tan buenas conmigo.

- ¿En qué años estamos?-se me ocurrió preguntar de repente.

Finalmente el dragón debió de entender lo que le estaba diciendo, porque me soltó cuando la pequeña dragona-humana me soltó de su abrazo. Me estiré y sacudí un poco, igual que lo haría un perro, pero es que, aún sentía la sensación de estar siendo constreñida por la enorme cola escamosa.
Sonreí enternecida cuando la pequeña abrazó al dragón más grande. En cierto sentido, para mí eso era como una reunión familiar. No entendía del todo las diferencias que había entre las dos bestias, salvo que una era roja y escamosa, y la otra humana y con trozos negros. Pero eso no implica una gran variación, ¿no? Es más, la pequeña incluso dijo hermana.

Pero tan rápido como estaba contenta, pareció ponerse triste. No entendía bien qué es lo que pasaba por su cabeza en aquél momento, pero me daba algo de lástima verla sentada en el suelo, con esa expresión de tristeza en los brillantes ojos naranjas. Me acerqué hacia ella y extendí una de mis manos-zarpas hacia ella. Aunque no era un ataque, a pesar de que las largas uñas brillaran casi de forma acerada, sino que solo era un ofrecimiento para ayudarla a levantarse.

- Estamos en el año quinientos, pequeña. - no tenía ni idea de las repercusiones de mis palabras, jamás pensé que alguien podría estar dormido tanto, tanto tiempo...

Vi como la niña me llamaba hermana mientras me abrazaba sintiendo algo extraño.No estaba acostumbrada al contacto fisico. Por lo menos de aquel modo. Por ello no supe muy bien como reaccionar.Hacia años, cientos de años que no me ocurria algo asi. Y cuando eso pasaba nunca acababa bien. Pero otras veces merecia la pena sufrir por alguien.
-Si, soy un dragon, pero de otras tierras, posiblemente de una raza ya extinguida.
dije a la pequeña con la voz algo mas dulce. La verdad no queria dejarla, pero tenia que hacerlo y aquella criatura habia tocado algo en mi que creia extinto.
Luego mire a la lupina viendo como ella no se marchaba, es mas, se quedaba alli. suspire y lami la cara a la pequeña para quitarle aquellas lagrimas, quizas incluso animarla.
-Habra pasado mucho tiempo desde que llevas ahi...tal vez demasiado. Yo por mi parte...siendo sincera. Cuando se haga de dia debo estar lejos, muy lejos o algo malo pasara. Si no fuera por eso, desearia poder estar contigo.
Dije maldiciendo y sentandome alli.
-Quizas la loba pueda hacerse card¡go de ti. Pero si no quiere o no puede...mucho me temo que deberas vertelas sola con el mundo.En tal caso...me gustaria darte consejos.

Lagrimeé unos segundos más, entristecida por ser la última de mi especie. No era justo, me había quedado sola de la noche a la mañana. ¡Ójala pudiera hacerles pagar a esos desgraciados! ¡Aquellos que me habían arrebatado mi vida y que me habían torturado! Con esos y otros oscuros pensamientos me encontraba aún sentada en el suelo. En un momento dado, sentí un movimiento frente a mí, y alcé la mirada a tiempo para ver a Lardienne acercar una pata peluda. Al principio pensé que ella también me haría daño, pero lo único que hizo aquella chica peluda fue tendermela. Parpadeé, sorprendida, y con una sonrisa de agradecimiento acepté la ayuda y me levanté para abrazarla, pero me separé casi al instante al escuchar el año actual..

- Dos... Doscientos catorce años...-musité, abrumada-. ¿He estado encerrada tanto tiempo?

Estuve a punto de sentarme de nuevo en el suelo, como antes. Sin embargo, algo rasposo, mojado y blandito me cubrió la cara, provocando en mi expresión la sorpresa y el desconcierto. Cuando me fijé bien, comprobé que lo que me había tocado era la gran lengua de Enea, que me había lamido con cariño. Los ojos brillaron y se humedecieron un poco más, pero traté de ocultarlo al abrazarla con fuerza.

- Gracias...-musité simplemente, de verdad muy agradecida.

Me separé de Enea y las miré a ambas, algo entristecida por no poder estar con ellas. Las dos parecían tener asuntos pendientes. Eso me hizo recordar a papá, cuando quería jugar con él, y estaba ocupado dando órdenes en la manada. Muchas veces llegué a pensar que era una carga para él en esos momentos, y no quería que ahora volviera a pasar.

- ...-miré al suelo, en donde estaban mis pies escamosos y desnudos-. ¿Podéis al menos decirme qué debo hacer ahora?

¿Era cosa mía, o todos los dragones están extintos salvo uno de cada especie? Porque que las dos dragonas -ahora que sabía que Enea era mujer- ante las que me encontraban hubiesen pasado por algo similar, me quería indicar, que eso debía ser como una especie de maldición puesta a todos los dragones del mundo. Eso, o las dos, tenían la peor suerte del mundo a sus espaldas. O quizás... Quizás un ser superior quisiera juntas sus caminos, y por ello hacer que las dos fuesen las únicas de sus correspondientes clanes.

- No puedo, y no quiero hacerme cargo. - puntualicé.- No sé, pero sospecho que tú serías la más indicada para ese trabajo, puesto que eres también la última de los tuyos. Tanta casualidad no puede ser accidental.

Pero en ese momento, volvieron a abrazarme, obligando a que me pusiese tensa, como el palo de una escoba. No me gustaba que me abrazasen tan de repente, de hecho, rehuía casi cualquier contacto. Incluso un roce entre las manos cuando pagaba algo, me enervaba. Hacía muchos años que no dejaba que nadie me abrazase ni me tocase de forma cariñosa, y estaba poco habituada a ello. Por lo que siempre, fuese quien fuese, mis mejillas se tornaban rojas.

- Suéltame, por favor.- dije en un tono neutro, o al menos intentándolo, para no gritar a la pequeña.- Y si eres tan amable, deja de abrazarme... Me es incómodo.

Sí, mis palabras la dejaron anonadada. Doscientos años durmiendo, no era algo normal, pero quizás es lo que tenía estar encerrada en esa enorme crisálida negra.  Aunque me sorprendió que añadiera los años con tanta exactitud, generalmente cualquiera hubiese dicho, más de doscientos años dormido... Y eso, si sabían contar, porque lo más normal es que no se supiesen los números, más allá de que nos les engañasen cuando fuesen a comprar.
La siguiente pregunta de la pequeña, fue algo raro, porque, claro. ¿Qué podíamos decirle? Tanto la dragona roja como yo teníamos formas de ver las cosas distintas. Ella posiblemente le dijese algo más normal que hacer con su vida en este momento, porque claro, era una dragona y sabía mejor como reacciona un dragón solitario ante el mundo. Y yo por mi parte la diría que se fuese a vivir al bosque, y que no saliera nunca. Como digo, formas distintas de ver la vida.

- Pues no sé, depende de lo que quieras hacer. Aunque si alguien puede ayudarte bien, sería aquél que sabe lo que es ser el último.- terminé mirando a Enea.

Mire a la niña algo perdida. ¿tanto tiempo habia estado ahi sin que me diese cuenta de su presencia? Habia estado realmente despistada. Me sentia mal pero era lo mas esperado.Respecto a decirla que debia hacer ahora era algo complicado pero que deberia decirselo. Pero m ehizo gracia la respuesta de la loba en aquel momento.
-No jajaja, no se si mi especie esta extinta o no. No creo que sea la ultima. Pero bueno...Te recomiendo ocultar tus facciones draconidas y transformarte lo menos posible en dragon. Y aparte..no se muy bien. Digamos que tuve una vida algo irreal. Por ello no se muy bien que suele hacer la gente. Pero... eso si, escondete lo maximo posible si lo que quieres es estar a salvo.
Dije a ambas y suspire hechando una nube de humo.
-Digamos que soy un dragon que voy por m i cuenta. Por ello no se muy bien que es estar en el mundo normalmente.

Asentí a las palabras de ambas, aunque con algo de temor por eso de salir al fin al mundo exterior. Pero después de llevar siglos encerrada en una cáscara, lo único que me quedaba después de salir y ser libre era explorar el mundo. Sonreí ampliamente, agradecida por la ayuda de ambas chicas, y comencé a caminar con cuidado.

- Voy... voy a intentar... -comencé a caminar más rápidamente, tratando de no caerme, aunque a veces di alguno que otro traspié. Sin embargo, no me detuve, sino que aumenté el ritmo, hasta comenzar a correr con mis desnudas y crecidas piernas-. ¡S-sí!

Solté una risa alegre que reverberó por la enorme cueva, extendí los brazos hacia los lados, feliz. Era libre, el mundo estaba ante mí, esperando a que lo explorara, que lo viera, que lo disfrutara. De repente, debido a la excitación del momento, mi pecho brilló, y mi cuerpo fue envuelto en llamas rojizas, entremezcladas con unas sombras negras que se hicieron enormes, hasta tomar la forma de una enorme criatura de alas llameantes.

Me sorprendí, la última vez que había tomado apariencia real, apenas era una cría de dragón, muy pequeñita, de un par de metros de largo, pero no más. Cuando los grandes miembros miden casi decenas de metros, una cría de unos dos, resultaba sumamente joven y minúscula.

- ¡¡ROARR!!-rugí, eufórica, mientras salía del enorme edificio que había estado aposentado en mitad de ese cráter.