Cuando un Niño Avanza Solo entre la Multitud (Libre)

Los tacones de la joven resonaban sobre el empedrado del suelo, creando una melodía resonante dentro de los callejones de la ciudad. Se movía a un ritmo constante, pero sin ser demasiado acelerado. A fin de cuentas, sabía que parecer que tenías prisa podía llamar la atención de algunas personas poco indicadas. Aunque en caso de toparse con ellas, solo tendría que usar un nombre para continuar su camino.
La muchacha, continuó su camino, hasta salir de esas callejuelas... Segundos después el grito de una mujer se dejó oír. No era de extrañar, a fin de cuentas, el ver a tu esposo degollado en el suelo de la casa no es algo muy agradable de ver, y menos si hacía cinco minutos que estaba vivo... Pero los impagos son los impagos, y si el oro no puede devolverse, entonces es tu sangre la que ha de derramarse para satisfacer la deuda.

La muchacha de cabellos oscuros y resplandecientes ojos verdes, casi como dos esmeraldas, se dirigió hacia el puerto. Allí se hallaba la corte de los ladrones de su jefe; todos se especializaban de alguna manera en el espionaje, pero algunos también eran matones o incluso asesinos. En definitiva, era el lugar donde podía vivir y donde tenía su trabajo. No había dos cosas que pudiesen importarle más a la chica, salvo quizás el propio dinero. Pero alguien criado por un mundo donde el poder y el dinero son lo más ambicionado, es normal que deje de regirse por cualquier otro tipo de código moral que no sea el que esté relacionado con el oro.

Al llegar a la zona de los muelles, abrió su paraguas para cubrir su blanca piel de los rayos solares, como cualquier dama que debía preciarse. El blanco era el color de la nobleza, mientras que el moreno sin duda era de las mujeres que trabajaban en el campo. Su vestido azul combinaba perfectamente con los azules del mar, mientras que el corsé simulaba tener el mismo brillo que las escamas de los peces. Y las perlas cosidas por toda la falda sin duda indicaban que la chica poseía dinero.

vestido:

Sin embargo, nadie de los que estuvieran allí se acercarían. Había algo en esa joven que imponía a los desconocidos, y a los que ya la conocían, sabían que era mejor no andar demasiado cerca de ella. La gente que se traía negocios con los ladrones solía ser peligrosa o estar loca; en cualquier caso, no era bueno acercarse.

La joven iba algo distraída caminando, silbando una cancioncilla de tintes marineros entre dientes, cuando un niño se le puso delante. Parpadeó algo confusa, puesto que nadie solía acercarse a ella sin un buen motivo. El niño de cabellos marrones no parecía tener malicia en su ser, pero de las apariencias uno no puede fiarse. Y eso era algo que ella sabía bien.

- ¿Eso?- miró hacia la lejana torre, negra como las sombras.- No lo sé, la ciudad crece cada día. Se levantan y se derrumban edificios con tan solo parpadear... Incluso el trazado de las calles cambia. Aunque si tienes tanta curiosidad tienes, puedes ir a ver. La ciudad no suele ser un lugar muy seguro para los niños, así que, si quieres te acompaño.- respondió con amabilidad, aunque quizás de manera algo fría. Ella era así, no solía demostrar sentimientos habitualmente.

Los ojos verdes de la joven volvieron a recorrer una vez más el enorme edificio, mientras esperaba la respuesta del pequeño. No recordaba haberla visto, pero era posible que fuese un lugar muy interesante. Ahora no tenía trabajo que hacer, y cualquier información por tonta que pareciera, ya era algo por lo que alguien podría pagar.

Las palabras dichas por la joven parecían haber alegrado al pequeño, aunque no era nada demasiado raro, a fin de cuentas, estar sólo en una ciudad desconocida era lo que tenía. La medio humana estaba acostumbrada a ver a mucha gente que no pertenecía al lugar, en especial, en el puerto, puesto que siempre había viajeros transitando de un lugar a otro. Daba igual si eran "hombres" libres o esclavos, todos acababan pasando por esos muelles.

- No tengo nada que hacer por ahora. Y esta ciudad puede ser muy grande para todo el mundo, da igual si has vivido aquí toda tu vida o acabas de llegar. Además en compañía todos los peligros que pueda haber serán menores.- respondió la joven, recolocando mejor el parasol.

La chica de ojos esmeralda inclinó ligeramente la cabeza a un lado, algo confusa por las siguientes palabras del niño. ¿Esos que otros no ven? Había una amplia gama de seres que los otros no podían ver. La cuestión estaba en si el niño estaba loco y todas esas personas sólo estaban en su cabeza, o bien de verdad existían -o existieron- en el plano de la realidad, sólo que se necesitaba de habilidades especiales para verlos. ¿Cuál de los dos sería el niño? La curiosidad de la dama estaba despierta, y no pararía hasta satisfacerla.

- ¿Y cómo son esos otros? No tengo el placer de poder comprobar cómo son de primera mano, no poseo esas capacidades.

Mientras que continuaban con el paseo, la chica iba observando de vez en cuando los alrededores. Sus ojos estaban acostumbrados a ver otras cosas que los demás llegaban a pasar por alto, pero nada que ver con las capacidades de un médium, lo que ella podía ver era algo más material. Esas sombras ocultas en los callejones, encontrones aparentemente accidentales, roces, toques, señales... Todas aquello que podía parecer inocente y casual, para ella no eran más indicadores de los bajos círculos de la ciudad. Algo necesario para que la ciudad continuara existiendo, porque ellos eran el pequeño orden dentro de ese gran caos.

Tras avanzar unos cuantos metros, ella se percató de que el castaño estaba escribiendo algo en un libro, pero en ningún momento había estado a punto de caerse. Era sorprendente la capacidad de equilibrio que tenía o lo importante que era escibir lo que fuese que estuviera escribiendo. Pero no miró más que el comienzo del escrito, mientras que no tuviese que trabajar, prefería dejar en paz la intimidad de las personas, sobre todo si tampoco parecían ser potencialmente peligrosas; aunque nunca hay que fiarse de las apariencias. Al parecer era un diario o al menos unas notas de viaje.

- Quizás no deberías escribir, podrías caerte.

Todo transcurría tranquilamente alrededor de los dos, pero claro está, la extraña sensación que rodeaba a la chica, hacía que los demás no quisieran acercarse demasiado a ella. Pero no siempre era aplicable a todo el mundo. Sin embargo, toda tranquilidad -al menos para ella- se rompió levemente al preguntarle su nombre. ¿Debía decir el real o tendría que decirle uno inventado? ¿Podrían usar eso en su contra?

- Encantada de conocerte Seg, yo soy Shirka.- había respondido con sinceridad, a fin de cuentas, sólo era un nombre. Un nombre que pocos conocían.

El niño pareció apuntar el nombre en el cuaderno en cuanto se lo dijo, puesto que lo hizo de manera algo presurosa para que no lo fuese. La chica se encogió de hombros y continuó con el camino hacia la enorme torre negra. A simple vista no parecía demasiado acogedora, pero en realidad, cualquier edificio hecho con piedra de ese color ya lo hace ser poco acogedor. Son cosas que van ligados a que el negro se vea como el color de la oscuridad, y por tanto del mal. Para la chica, eso no eran más que estupideces, pero la sociedad es como es, y uno solo puede tratar de cambiarla, pero suele tener consecuencias bastante nefastas para sí mismo.

Había estado tan concentrada en mirar al edificio, que no se percató de que Seg se había detenido a descansar. Tampoco pudo observar la cara de malestar del niño, porque que te agarre algo frío del cuello no es precisamente algo ante lo que no reacciones o pongas al menos un mínimo de expresión.
Cuando finalmente se dio cuenta de eso, regresó sobre sus pasos y miró al niño que la dijo unas palabras que a pesar de ser dichas con todo el sentido del mundo, lograron que la chica por fin hiciera variar su rostro. La risa no pudo evitar salir de ella.

- ¿El fin de la existencia? Antes o después todos tenemos que pasar por ello. Que sea antes o después depende de tu suerte o de tu destino, como prefieras llamarlo. Pero no deberías temerle, puesto que es inevitable, a lo que hay que temer es a que sea lenta y tortuosa esa muerte. - replicó a la primera parte.- Tanto me da si es verdad o mentira. En ambos casos, no se pone en riesgo la seguridad de los demás si no oculta algo. Y mi trabajo se basa en eso, saber lo que nadie sepa, leer lo que nadie lea, escuchar lo que nadie quiere que sea escuchado; para mí es algo normal y natural no seguir las recomendaciones que dan. Sé que a algunos no les gusta arriesgar su vida, pero dado que lo hago todos los días, una ya se acostumbra a tener el final cerca. La muerte ya llega a ser una buena compañera, siempre y cuando no la pierdes el respeto.- hizo una pausa.- Así pues, ¿quieres acompañarme o no?

Obligar a hacer algo no era su estilo, sin embargo en el momento que el niño escogiera no aceptaría que se echara hacia atrás. Cuando uno toma una opción tiene que mantenerla hasta el final... A menos que haya dinero de por medio.

En silencio esperó a que le dieran una respuesta, que no tardó más que unos segundos en llegar. Al parecer su pequeño discurso había despertado la voluntad del niño, que ya no parecía inseguro ante la perspectiva a de acercarse al siniestro y extraño edificio que sobresalía en el  skyline de la ciudad.

- Gracias por el ofrecimiento, pero no creo que sea necesario, sé defenderme.- dijo de manera objetiva.

Sus palabras quedaron dentro de la boca, a causa de la repentina llegada del bastón del niño. Parecía estar rompiendo el aire, pero a la vez no hacerlo. Era algo complicado de describir para la espía, puesto que era la primera vez que veía a alguien con dotes mágicas más allá de usar un par de trucos para engañar a la gente. Lo más sorprendente era que alguien de la edad de Segiral pareciera tener tanto control, debía ser realmente hábil o bien, haber recibido mucho entrenamiento para ello.
Movió los hombros para recuperarse de la pequeña sorpresa de ver el aire resquebrajarse delante suya, y retomó el camino hacia la torre, esperando a que el niño la siguiera.

- De nada, aunque todo lo que pienso es por las cosas que he visto. No creo que sea correcto dármelas a mí. - se sentía un tanto incómoda con esas cosas, a fin de cuentas, había nacido para ser solo un arma capaz de pensar sus movimientos, pero un arma a fin de cuentas.

El resto del camino hasta la oscura edificación fue en un silencio agradable. La chica, como era costumbre, se dedicó a observar los alrededores en busca de algo sospechoso, pero lo único que pudo encontrar fue a gente haciendo las actividades laborales que se desarrollaban bajo la luz del Sol. Vista así la ciudad podría parecer como cualquier otra, y no ser la urbe donde los príncipes de los ladrones movían los hilos de las densas telarañas que habían tejido en las sombras más oscuras del lugar.

Al llegar a la torre, la morena la analizó de arriba a abajo, tratando de buscar cualquier detalle que pudiera llamarla la atención. Pero visto así, lo único de especial que tenía era su gran envergadura, por no decir la peculiar roca que la conformaba. No había muchas canteras de piedra negra por el lugar, por lo que tendría que haber sido transportada en barco.
Todo en la estructura era grande y majestuoso, tratando de seguir con las mismas líneas arquitectónicas, por lo que todo era inusitadamente grande. Entre otras cosas, las enormes puertas que impedían el paso al interior.

- Como quieras... - contestó después de que el niño ya llamara. Si conseguían entrar, entonces todo bien. Aunque es posible que con ese método no hicieran nada.

Los ojos verdes de la joven seguían desplazandose de un lugar a otro de la puerta, casi memorizando la decoración que las conformaba, mientras que esperaba a que alguien abriese la puerta. Devolvió su mirada al frente cuando notó una ligera apertura en los portones, indicando, que ya había alguien allí abajo para despacharles o lo que fuese.
Analizó en silencio a la joven rubia que les había abierto. Con un vestido quizás demasiado corto para ser decente, pero cuando uno estaba en su hogar, podría vestir como les diese la gana. Aunque la duda ahora era, ¿sería alguien que trabajase allí, o bien, la dueña de la casa? Era raro que alguien que tuviese dinero como para hacer ese lugar tuviese que ir a abrir la puerta, en vez de que lo hicieran sus sirvientes, pero lo más probable, es que llevase poco tiempo viviendo allí, y quizás aún no contara con servicio, o estos eran pocos y estaban muy ocupados al tener que realizar demasiadas tareas.

La chica de ojos verdes miró al niño cuando este la susurro, pero enseguida desplazó la vista, para que no se notara tanto que la estaba hablando sin que la otra mujer se enterase. Sin embargo, que ahora ella respondiera, era mucho más complicado sin duda alguna, puesto que no tenía un tamaño gracias al cual pudiese ocultar sus acciones.
Sin embargo, a ella se le ocurrían pocas ideas aparte de decir que eran vecinos que venían a darla la bienvenida al lugar, o bien, tratar de quitársela de encima. Pero esta última acción tenía mucho más peligro del que le gustase a ella, puesto que un instinto se lo decía.

Pero antes de que pudiera decir nada, el chico dijo algo sobre un espíritu. Podía ser creíble, a nadie le gustaba tener a un poltergeist molestando por la casa... Bueno, eso si existían, que Shirka aún no se había topado con ninguno en toda su vida.

- Si no es mucha molestia, nos gustaría asegurarnos de que no os causa mal a ninguno de los habitantes del lugar. - dijo de manera respetuosa.

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